Mi relación con Bután es muy especial, un vínculo espiritual que dura desde hace más de 10 años.
Bután es un país mágico y cuando lo descubrí, en 2005, era un lugar muy virgen, donde se tramitaban muy pocos visados y la infraestructura hotelera era muy reducida; entonces allí sólo había un hotel boutique, el Uma Paro by COMO. Era un país de difícil acceso, donde ni siquiera había móviles ni cobertura. Por aquel tiempo Bhutan empezaba a abrirse pero todavía recibía muy pocos visitantes. Todo estaba limpio y bien cuidado, era fácil encontrarse solo en los lugares más increíbles (de hecho, no nos cruzamos ni un solo turista en todo el viaje) e incluso se podia visitar el interior de los templos.
Los templos y las ceremonias desde luego son impresionantes, de hecho pudimos asistir a ceremonias donde las mujeres no están admitidas, lo que fue un gran honor, pero lo mejor de Bhutan es su gente. La mejor experiencia sin duda fue visitar a los habitantes, con quienes compartimos momentos únicos. También recuerdo con especial cariño una visita a la oficina de correos, donde nos tomaron fotos para hacer sellos con nuestros rostros.
Como detallo curioso, un día nos encontramos con el hermano del rey que salía de jugar al golf. Él se sorprendió al vernos a nosotros, puesto que no se veían turistas a menudo, y nosotros nos sorprendimos al verlo a él, rodeado de ayudantes pero con una actitud de lo más cercana.
Desde luego el primer encuentro con este país increíble fue una experiencia muy especial.
En mi segunda visita a Butan, en 2012, pude disfrutar de este místico país durante tres semanas. Lo primero que me sorprendió fue que no me encontré con los verdes paisajes de mi anterior viaje. Los colores habían cambiado mucho, estaba todo mucho más seco al tratarse de los meses de invierno. Además hacía frío y el ambiente era distinto, con los niños y monjes de vacaciones.
Por otro lado, en estos años Butan se había abierto al mundo; se podía apreciar más comercio y algo que me llamó la atención: todo el mundo iba ya con el móvil en la mano, ¡incluso los monjes!
Al tratarse de temporada baja, pude apreciar el día a día de los habitantes desde otra perspectiva, visitar mercados y descubrir festivales únicos. En esta ocasión recorrí todo el país, descubriendo los lodges de Aman y adentrándome en los Himalayas.
Tuve el honor de ser la primera española en estrenar el aeropuerto de Bathpalathang y volar en el avión Pilatus del sobrino del rey, compartiendo la experiencia con el Ministro de Turismo de Bután.
Lo mejor: la ceremonia de bendición. Compramos tres banderas en Timbu e hicimos una donación para levantarlas delante del Palacio Real, en una zona sagrada. Las banderas representan tres dioses: la sabiduría, la compasión y el poder. Cuando el viento sopla, toma las plegarias y las bendiciones que se han hecho al pie de las banderas y las esparce por todo el mundo. Esto representa perfectamente la filosofía budista del lugar: los butaneses rezan por todos los seres vivos.
Hubo una ceremonia especial y un ritual de bendición en el momento de preparar y levantar las banderas, que se irguieron allí durante 1 año y medio. Como no hay dos sin tres, ¡ya estoy planeando mi próximo viaje a Bután para levantar las banderas de nuevo!