Viajar a Sudamérica y en especial, a Chile, es siempre un reencuentro con viejos recuerdos y experiencias vividas.
Volver a Isla de Pascua fue uno de esos momentos. Volver a conectar con la naturaleza, y sentir de nuevo esa conexión con el espíritu auténtico y la pureza de la isla me llenó de energía.
Isla de Pascua, oficialmente Rapa Nui, era conocida en su idioma autóctono como Te pito o te henua, que significa “El ombligo de la Tierra” y Mata ki te rango “Ojos que miran al cielo”, nombres que en cierta manera recogen la extraordinaria y poderosa simbología de la isla.
Ubicada en el Pacífico Sur, y perteneciente a Chile, la isla es uno de los principales destinos turísticos del país por su belleza natural y su misteriosa cultura ancestral de la etnia rapanui, cuyo relevante vestigio son las enormes estatuas conocidas como moais.
A pesar de que actualmente la isla es mucho más visitada por turistas que años atrás, me alegró saber que con el paso del tiempo se ha trabajado por una conservación y preservación de la naturaleza. Con este fin, el pueblo Rapa Nui administra a través de la Comunidad Indígena Polinésica Ma’u Henua el Parque Nacional Rapa Nui, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995.
Durante mi estancia me alojé en el Explora Rapa Nui, un excelente alojamiento en una ubicación privilegiada desde la cual disfrutar de las diferentes exploraciones que Explora ofrece a sus huéspedes. El entorno es espectacular y sus servicios son de un nivel excelente. Proporciona un alto confort y ofrece una gastronomía exquisita. Me alegré de poder conocerlo de primera mano, ya que la primera vez que visité la isla, me alojé en las Casas Rapa Nui, porque el actual hotel no había sido construido todavía.
Disfruté mucho de mi estancia redescubriendo la isla y volviendo a recorrer sus mercados y sus tiendas locales. La pasión de los lugareños por su manera de vivir y el amor que profesan por su isla son contagiosos. Y la energía que un lugar como éste aporta al espíritu es extraordinaria.
Sin duda, un destino a tener en cuenta para cargar pilas cada cierto tiempo.
Tras mis días en la Isla me dirigí de nuevo al continente y, tras un breve paso por Santiago de Chile, mi ruta me llevó a Atacama. Nuevas exploraciones en un entorno completamente distinto, pero igual de atractivo.
Durante los días previos a un acontecimiento muy especial (como sería el eclipse total de sol que os conté aquí), mi estancia en Atacama me permitió tener una primera toma de contacto con el cielo y las estrellas. El contraste de las montañas del Valle de la Luna con el azul del cielo chileno es una de las combinaciones de colores más poderosas que he visto nunca.
El Hotel Explora Atacama, ubicado en San Pedro de Atacama, permite vivir contrastes extraordinarios entre sus exploraciones. Y uno de ellos es poder disfrutar de la experiencia de caminar por la Cordillera de la Sal, donde engañaremos al objetivo de nuestra cámara, que mostrará imágenes de sal blanca como si de nieve se tratara.
Y como no todo iba a ser desierto, también tuve oportunidad de relajarme en las Termas Baños de Puritama, ubicadas a 28 kilómetros al norte de San Pedro de Atacama, y emplazadas al fondo de un cañón por donde corre un río de aguas calientes a 33,5ºC. Desde tiempos históricos, el pueblo atacameño considera este lugar como poseedor de propiedades medicinales.
Y antes de abandonar el Hotel Explora Atacama y dirigirme a mi siguiente destino en mi ruta chilena, tuve la oportunidad de reencontrarme con la que hace años fue una de mis primeras guías en la zona. Rosita me enseñó en el pasado algunos de los más bellos rincones de Atacama, y fue para mí una alegría volver a encontrarme con ella, comprobando que sigue tan enamorada del destino como lo estaba años atrás.
Porque como siempre decimos en BRU & BRU, lo importante no es el dónde, sino lo que haces y con quién.