Existen todavía lugares en el mundo donde todas y cada una de las personas con las que te encuentras en el camino, ya sean niños, pescadores, monjes o comerciantes, te dedican una sonrisa amable y sincera. Uno de esos lugares es Myanmar.
Yangon, antigua capital del reino, sirve como punto de partida desde donde tomar un vuelo hasta la espectacular Bagan. Allí empieza la deliciosa experiencia de navegar por el río Ayeyarwady a bordo del Belmond Road to Mandalay. Este barco emblemático lleva operando en Myanmar desde hace casi dos décadas. Su extensa experiencia en el país nos permitió conocer sus lugares más relevantes, pero también hermosas joyas escondidas y no tan conocidas por el gran público.
Al inicio de este viaje, no imaginaba la experiencia tan única y espectacular que nos esperaba a lo largo del camino. Miles de templos espectaculares (más de 2.500 en Bagan, por poner un ejemplo), mercados locales, tradiciones que se mantienen intactas en el tiempo, y para acompañar todo el viaje, la increíble hospitalidad, gastronomía y servicio de la que hemos podido disfrutar a bordo del Belmond Road to Mandalay.
Justo después de finalizar la época de lluvias, nos encontramos con el país en todo su esplendor. Con paisajes preciosos, múltiples festivales y variadas celebraciones. Bagan es sin duda parada imprescindible. Si tenemos oportunidad, debemos dedicarle un tiempo a su mercado, lleno de vida local. Con puestos repletos de excelentes verduras, tejidos y vendedoras avispadas de longyis (atuendo típico, muy útil y bonito, que utilizan tanto hombres como mujeres).
Existen miles de bellísimos templos y estupas en toda la extensión de Bagan y los disfrutamos de una forma muy divertida al día siguiente, conduciendo unas simpáticas e-bikes que nos permitieron acceder a lugares sin un sólo turista, en las primeras horas de la mañana.
En nuestra primera noche y de la mano de Belmond, disfrutamos de una experiencia mágica y exclusiva, un precioso templo escondido, iluminado por cientos de velas donde pudimos hacer nuestras ofrendas personales.
Mingun es otra de las paradas imprescindibles, con restos arqueológicos realmente interesantes.
Nuestro recorrido a bordo finalizó en la carismática ciudad de Mandalay y nuestra llegada coincidió con uno de los principales días de ofrendas a los monjes y a los menos favorecidos. Gentes de todo los puntos de la región peregrinan hasta aquí para aportar lo que esté a su alcance y ofrecerlo a los monjes y a las familias más pobres. Vivimos un momento realmente especial allí, de una generosidad enorme.
Viaje de contrastes, nos quedaba todavía por disfrutar de uno de sus lugares más hermosos, el lago Inle. Aquí el ritmo se suavizó y nos permitió disfrutar de relajados paseos en barca, con unos barqueros que nos dejaron con la boca abierta con sus habilidades para remar con los pies, heredadas de padres y abuelos. Y no sólo para remar, ¡para pescar también! La forma de vida en el lago es realmente apasionante.
Uno de los mercados principales del lago, en el estado de Shan, nos ofreció un espectáculo único con más de 50 etnias diferentes que se desplazan desde las montañas y pueblos más remotos, para intercambiar aquí sus mercancías. Con diferentes dialectos y trajes típicos, verlo fue realmente una bonita experiencia.
Afortunadamente, el calendario lunar se puso de nuestra parte y coincidimos con una de las celebraciones anuales más importantes en el lago Inle. La procesión de barcazas llevando la figura de Buda de un pueblo a otro y vestidos con sus mejores galas. Nuestro guía se encargó de ubicarnos en un lugar realmente privilegiado. Fue el broche de oro para mis días en el lago.
El viaje llegaba a su final y la última parada fue Yangon, ciudad cargada de historia y con una gran variedad de edificios coloniales que nos transportan a sus años más gloriosos, cuando los hermanos Sarkies fundaron el emblemático hotel The Strand y escritores de la talla de Kipling se reunían en el bar de este mismo hotel y también del The Savoy.
Myanmar te atrapa por la autenticidad de sus gentes y por lo impresionante de su historia, restos arqueológicos y variedad de sus paisajes. ¡Es un destino realmente recomendable!