Luang Prabang: un viaje en el tiempo

Bordeada por el Mekong y uno de sus afluentes, el Nam Khan, esta tranquila y deliciosa ciudad ha sabido preservar y combinar sus tradiciones laosianas con una interesante arquitectura e influencias coloniales francesas.

Este cuidado y respeto por la tradición fue precisamente lo que llevó a la Unesco a declararla Patrimonio de la Humanidad en 1995.

Para mí fue sin duda un auténtico descubrimiento y ahora entiendo por qué al visitarla, uno tiene la sensación de querer quedarse todavía un poco más.

Sus gentes me enamoraron desde el primer saludo “nop” (juntando las manos a la altura del pecho y ofreciendo siempre una cálida sonrisa).

Uno de los principales encantos de Luang Prabang, además de sus bellos templos (es el principal centro religioso y espiritual del país) es que conserva un ritmo tranquilo, poco distorsionado por la afluencia del turismo ya que no recibe tantos visitantes como otros países vecinos.

Todavía se puede observar claramente una interesante mezcla de tribus diferentes, la mayoría Lao, pero también los divertidos Khmu, provenientes de las montañas del norte o los trabajadores e introvertidos Hmong.

Nuestra llegada coincidió con la celebración del Pi Mai (Año Nuevo Laosiano) y sus "batallas de agua", en las que se divierten lanzando agua para purificarse y aliviar el calor.

Disfrutamos de la ceremonia de bendición Baci junto a la familia de uno de nuestros guías, que nos recibió con las puertas abiertas, colmándonos de bendiciones.

Seguidamente nos llevaron a uno de los monasterios más alejados de la ciudad, donde tuve el privilegio de ser la única occidental asistiendo a su momento de estudio, cánticos y meditación, realmente mágico.

En uno de nuestros paseos por la ciudad, tuvimos la suerte de ir acompañados por todo un personaje allí, un comisionado francés enviado en su día por la Unesco para asesorar y ayudar a la ciudad a conseguir la denominación de Patrimonio de la Humanidad. Decidió quedarse a vivir allí para siempre. Callejear por la ciudad con él fue una experiencia única.

Luang Prabang tiene una gran influencia francesa, lo que la convierte en una ciudad excelente para disfrutar de la gastronomía local, elaborada con mucho gusto y sabores de todo tipo. A lo largo de la rivera del Mekong y en alguna de sus calles más emblemáticas, se puede disfrutar de pequeños cafés y restaurantes de excelente nivel.

De la mano de Belmond La Résidence disfrutamos de un paseo por el mercado matinal, para después protagonizar la clase de cocina más divertida y deliciosa, de la mano de una de sus chefs.

En Amantaka nos transportaron a un mundo de paz y recogimiento y nos acompañaron junto a uno de nuestros guías, al amanecer, en la ceremonia del “Alms Giving”, donde las ofrendas a los monjes adquieren un nivel espiritual único.

Excelente gastronomía, gentes únicas, bellos templos, paseos privados por el Mekong al atardecer y una atmósfera única, casi intacta todavía, hacen de Luang Prabang un destino imprescindible.

A tan sólo 3 horas en avión desde Singapore, es una alternativa excelente para vivir un viaje de contrastes.