Ubicada en una península de la costa dálmata, la “Perla del Adriático” fue un importante puerto marítimo mediterráneo desde el siglo XIII. La ciudad antigua es casi un museo repleto de bellísimos monumentos –iglesias, monasterios, palacios y fuentes– de estilo gótico, renacentista y barroco.
Tras su triste y trágico conflicto bélico en la década de los años 90, la ciudad ha renacido de sus cenizas cual Ave Fénix, con un cuidadísimo proceso de restauración que le ha hecho recuperar todo el esplendor de antaño y ser declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO.
No se nos ocurre un mejor plan que visitar una de las ciudades más atractivas de Europa y, al mismo tiempo, disfrutar de las más cristalinas aguas del Adriático.
El hotel Bellevue es un punto perfecto para explorar la ciudad. Es un oasis de paz con su propia playa escondida en la bahía y situado a tan solo 15 minutos de agradable paseo bordeando la costa hasta llegar a la antigua ciudad amurallada de Dubrovnik.
Disfrutamos cada segundo de la ciudad, desde su imponente muralla y sus serpenteantes callejuelas a sus comercios emblemáticos y su innumerable variada oferta gastronómica. Pasear por la ciudad antigua es una especie de viaje atrás en el tiempo, a la época de esplendor de uno de los puertos más importantes para el comercio en Europa siglos atrás. Los amantes de Juego de Tronos podrán contemplar las más icónicas localizaciones de la exitosa serie.
Dubrovnik es ideal para una breve escapada de fin de semana, pero los atractivos de la zona no finalizan en esta mágica ciudad. Sería una lástima quedarse únicamente con la gran perla croata. Explorar la península de Peljesac es uno de los imperdibles que nos ofrece la región.
El acceso bordeando la escarpada costa ya justifica en sí mismo la visita. Nos encantó llegar al pueblo de Ponikve y poder conocer a Milos, propietario de la bodega familiar del mismo nombre. Tras visitar sus viñedos, algunos de ellos entre los más antiguos del país, procedimos a catar sus excelentes vinos, así como su premiado y exquisito aceite de oliva. Una verdadera experiencia para los más sibaritas.
Seguidamente continuamos hacia el pueblo costero de Ston, conocido por cultivar las ostras más sabrosas del mundo. Poder presenciar cómo son extraídas del mar y degustarlas al momento es un enorme privilegio y una verdadera delicia.
Definitivamente regresaremos en breve, ya que nos quedó pendiente hacer submarinismo en las islas Elafiti para descubrir su coral, cuevas y barcos hundidos, conocer la antigua ciudad de Salona, visitar mercados locales de la mano de un chef privado y sommelier… ¡Volveremos!