Mi viaje a Etiopía empezó con buen pie, o mejor dicho, ¡con buen vuelo! Tuve la suerte de volar hacia allí en un Boeing 787 Dreamliner, una experiencia que me encantó.
Mi primera parada en Etiopía fue Adís Abeba, la capital del país; una ciudad que no tienen ningún atractivo especial, aunque vale la pena hacer una parada en el Museo Nacional de Etiopía para conocer a Lucy, un homínido de la especie Australopithecus afarensis de más de 3 millones de años de antigüedad.
Desde Adís Abeba me dirigí al desierto de Danakil, o como algunos lo llaman, el “infierno en la tierra”. Y no es un mal nombre, ya que describe a la perfección el lugar más cálido - y uno de los más bajos - del mundo. Una zona completamente remota donde las temperaturas más bajas no descienden nunca de los 30ºC (en verano se alcanzan casi los 60º…). Se trata de un lugar muy riguroso, donde reina una neblina constante producida por el calor que impide vislumbrar el cielo y el sol. Pero creedme, ¡aunque suene poco apetecible la experiencia vale muchísimo la pena!
Pocos paisajes pueden compararse a las vistas del volcán activo Erta Ale desde las alturas, mientras te aproximas al cráter en helicóptero. Es necesario acercarse de noche para evitar las horas de más calor. Además, la oscuridad ayuda a apreciar la belleza de la lava y su movimiento hipnótico. Es tal la actividad del cráter que, incluso desde el campamento donde pasé la noche, a los pies del volcán, se podía oír el flujo de la lava.
En el desierto de Danakil también es posible observar las caravanas del desierto de los afar, un pueblo con fama de gente ruda que se autogobierna en el desierto. De hecho, para adentrarse en esta zona hay que ir escoltado obligatoriamente por la milicia etíope. Los afar cogen grandes bloques de sal en las minas y los transportan en camello hasta la carretera donde esperan los camiones. La ruta es muy pesada y dura un día y una noche, pero la vista de la caravana de camellos en el desierto, sobre las grandes placas de sal, es de una belleza espectacular.
En Danakil también se encuentra la zona sulfurosa de Dallol, un lugar de paisajes increíbles que no se parece a nada de lo que he visto en mi vida. Pequeños charcos y formaciones extrañas de colores amarillos y anaranjados. Allí en medio me sentía como si estuviera literalmente en otro planeta.
Además, pude disfrutar de estos paisajes asombrosos completamente solo, sin encontrarme con ningún turista, lo que intensifica la increíble experiencia.
De Danakil viajé a la zona de Gheralta, a conocer sus centenarias iglesias excavadas en piedra, que siguen activas a día de hoy. Allí el clima es mucho más agradable, las temperaturas son más bajas y se puede disfrutar de la naturaleza bajo el cielo azul. Uno de los lugares que más me sorprendió es el monasterio Debre Damo, del siglo VI, situado en lo alto de una pequeña meseta. Sólo pueden acceder los hombres, y para visitarlo y conocer a los monjes que viven allí hay que escalar 20 metros de altura sobre la piedra, asegurado con un arnés de piel de vaca. Subir requiere bastante fuerza física, ¡y sin duda no es apto para personas con vértigo!
Durante los últimos días del viaje recorrí la ruta cultural en orden cronológico: Axum, Lalibela y Gondar. En Axum pude apreciar los obeliscos de 1700 años de antigüedad y la cantera de donde se extraían. De hecho después de un bonito paseo por la zona pude observar un antiguo gravado sobre piedra de un león y la luna, una obra sorprendente. Lalibela es el lugar donde se encuentran las famosas iglesias excavadas en la piedra, construidas aproximadamente en 1200 d.C. Es impresionante pasear entre los muros y la piedra, y descubrir todos los detalles excavados en estas sorprendentes construcciones. Finalmente en Gondar, capital del antiguo imperio, se encuentran varios edificios que datan del siglo XVII, como el recinto real de Fasil Ghebi, que vale muchísimo la pena visitar.
Mi última parada en Etiopía fue el Parque Nacional de Bale Mountains, a 3000 metros de altura, un lugar ideal para los amantes de la naturaleza y el senderismo, y donde se encuentran el lago Tana y el lodge más alto de África.
Etiopía es un país de naturaleza salvaje y de contrastes, de desierto infernal y verdes montañas, un país sorprendente y único donde uno puede aislarse de todo y pararse sólo a admirar los increíbles paisajes que tiene delante.