Un viaje familiar a África es algo que debería hacerse al menos una vez en la vida. Es un enorme privilegio poder disfrutar del primer safari de los más pequeños de la casa y, a su vez, que ellos lo puedan compartir con todos sus abuelos.
¿Qué mejor país que Kenya para una primera experiencia de safari?
Kenya nos ofrece en un solo destino diferentes áreas de conservación, en las que realizar una gran diversidad de actividades con total privacidad, los más fascinantes parques nacionales con ingentes cantidades de vida salvaje, exclusivos y singulares alojamientos y salvajes playas.
¡Jambo, Kenya! Aterrizar en el aeropuerto internacional de Jomo Kenyatta en Nairobi antes de poner rumbo a Wilson, el aeródromo situado en el centro de la capital, es siempre el principio de una gran aventura.
En esta ocasión visitamos Loisaba, un área de conservación situada en Laikipia, al norte del país. Acceder a ella en avioneta es una experiencia en sí misma. Sobrevolar Kenya y disfrutar de sus paisajes a vista de pájaro es la mejor introducción posible.
Desde el momento en el que pones un pie en el suelo eres consciente de que estás en un lugar mágico y único.
Hay que aprovechar cada segundo y eso es lo que hicimos: desde realizar safaris en 4x4 hasta visitar un poblado Samburu, incluyendo un safari a lomos de camello y conocer el trabajo que hace la patrulla anti-furtivos y sus perros sabuesos que se encargan de asegurar que este paraíso lo siga siendo en el futuro.
Por supuesto, siempre hay tiempo para disfrutar de los sundowners, esa bebida que saboreas en un lugar cuidadosamente seleccionado, mientras se pone el sol y el cielo africano nos muestra colores imposibles de explicar o replicar.
Tras tres noches en Loisaba, es el momento de poner rumbo al Maasai Mara, quizás el parque más icónico de África con sus interminables sabanas salpicadas de acacias y seguramente el que alberga la mayor concentración de fauna de todo el continente.
De nuevo sobrevolamos el país, esta vez de norte a sur y aterrizamos tras ver fugazmente el río Mara.
Francis y James nos esperaban con una encantadora sonrisa, listos para compartir con nosotros los siguientes días y mostrarnos este paraíso con todo lujo de dates y detalles. El conocimiento de nuestros guías era casi infinito ¡y los pusimos a prueba!
Una estancia en Maasai Mara se basa siempre en la vida salvaje y en tener el privilegio de poder compartir tiempo con familias de leones, búfalos, solitarios guepardos, enormes manadas de ñus, cebras o topis así como elefantes, jirafas o hienas.
Es muy emocionante contemplar la interacción entre los diferentes animales.
A todos nos hacía mucha ilusión poder visitar una escuela local y ver una realidad muy diferentes a la nuestra, ¡nos encantó! También disfrutamos mucho conociendo más acerca de los maasais, pudiendo presenciar cómo hacen fuego a la manera ancestral y retándolos (sin demasiado éxito) con el tiro con arco.
Tras una última noche un tanto agitada, los elefantes decidieron que la hierba más deliciosa de la sabana era justo la que estaba al lado de nuestro tent, era hora de proseguir nuestro viaje hacia la última parada: Diani Beach. De nuevo, sobrevolamos Kenya, esta vez de oeste a este, de la sábana de Maasai Mara al océano Índico. Hicimos un espectacular último safari a primera hora de la mañana y por la tarde nos sumergíamos en las cálidas aguas de la costa keniana.
No existe un mejor final para un safari familiar que el relax de una exclusiva villa privada a orillas de mar, decorada con un gusto exquisito y con un servicio de ensueño. Tiempo para saborear el más fresco pescado y marisco, navegar a bordo de ngalawas (embarcaciones tradicionales), realizar snorkel desde solitarios bancos de arena, paseos por la interminable playa o unas compras de última hora. Sin duda, disfrutar de nuestra villa con su exquisita gastronomía, relajantes masajes y mágicas vistas era una de las mejores opciones.
Por desgracia, todo tiene un final y volamos de nuevo de regreso a Nairobi. Sin embargo, tuvimos tiempo en la capital para un delicioso almuerzo de despedida en nuestro restaurante preferido antes de embarcar de regreso a casa, cargados de recuerdos que perdurarán por siempre en nuestras memorias.