Papúa Nueva Guinea es un país para aventureros. Nada más llegar allí me invadió una sensación muy salvaje, y comprendí que había llegado a un destino de emociones fuertes.
Aterricé en la capital, Port Moresby, para dirigirme hacia Mount Hagen, en el centro del país. De allí, volé en avioneta privada hasta el río Karawari, una de las zonas más remotas del país, accesible sólo por aire.
En el centro de Papúa el paisaje es salvaje y muy auténtico, y aunque los alojamiento son básicos, tienen encanto y personalidad.
Lo mejor de esta remota zona es poder acercarse al río y conocer a los habitantes del lugar, que viven de forma totalmente aislada, ajenos a cualquier cosa que suceda en el mundo.
En este área la naturaleza es exuberante y el río juega un papel vital como eje de vida, ya que todo sucede a su alrededor. Todos los pueblos se encuentran junto al río, y como no hay carreteras, el río es la conexión entre ellos. Por eso todas las visitas se hacen en lancha, desembarcando en cada uno de los lugares por visitar.
En los pueblos pude descubrir las ceremonias y los ritos de las tribus, que llevan a cabo con atuendos extravagantes, y aprendí sobre sus tradiciones y costumbres ancestrales.
Junto al río se aprecia la vida del lugar, las mujeres pescando y los niños jugando. Lo que más me emocionó fue ver cómo se divierten los niños al jugar, y recibir sus amables y cálidas sonrisas.
Papúa Nueva Guinea es un país para viajeros expertos, para aquellos que quieran descubrir un destino diferente, fuera del circuito habitual.