En el corazón de Asia central, en esa zona de países con nombres impronunciables que acaban en “stan” y que no sabemos muy bien dónde ubicar en un mapa, se encuentra Uzbekistán.
Desde luego, no es el primer país que suele venir a la cabeza cuando uno planea sus vacaciones, al menos éste era mi caso. Sin embargo, ahora que lo he visitado no comprendo cómo puede pasar desapercibido. Estamos muy familiarizados con culturas milenarias como la romana, la griega o la china, sin embargo no somos conscientes de la gran riqueza que se esconde a lo largo de la antigua ruta de la seda.
De primeras hay que admitir que la mezcla es singular: una región donde las temperaturas pueden pasar de más de 50ºC en verano a menos de -20ºC en invierno, tierra de pueblos nómadas y grandes emires, yurtas en el desierto junto a fortalezas milenarias, donde la religión mayoritaria es el islam y la bebida nacional es el vodka, y donde las mezquitas conviven junto a anticuados edificios soviéticos.
El plato nacional también merece una mención especial, y no sólo por su curioso nombre: plov. Este plato de arroz, con sus más de 50 variedades en la cocina uzbeka, te sorprenderá por su agradable aroma y su exótico sabor.
Visto así, Uzbekistán tiene que empezar a llamaros la atención. Y todavía no os he contado lo mejor…
Callejuelas que parecen sacadas del cuento de Aladdín.
Impresionantes mezquitas, madrasas y minaretes de intrincados mosaicos azules y verdes.
Sorprendentes paisajes desérticos como el mar de Aral, con su cementerio de barcos.
Mujeres sonrientes luciendo vestidos de todos los colores.
Bazares ruidosos en los que nadie compra nada antes de haberlo probado.
Grandes artesanos que trabajan la madera, la cerámica, los tejidos…
Uzbekistan es una joya desconocida que te encantará conocer.