Sri Lanka, la isla de los mil nombres

Desde Colombo y tras el encuentro con mi chofer nos dirigimos hacia Cape Weligama Resort, en la bella costa meridional en la que, al amanecer, los pescadores permanecen horas encaramados con sus cañas en zancos de hasta tres metros. El resort de lujosas villas está construido sobre un promontorio con vistas espectaculares de  270º  sobre los escarpados acantilados y el Océano Indico.

Pude disfrutar de la comodidad, de los exuberantes jardines y piscinas y del delicado estilo con el que el arquitecto tailandés Lek Bunnag lo diseñó. Aunque a uno le cueste salir de este paraíso, el cercano Fuerte de Galle, Patrimonio de la Humanidad, bien merece una visita, es una postal de otro tiempo. Tres siglos de colonización portuguesa y holandesa dejaron impresa su huella en calles, arquitectura y costumbres de la ciudad de Galle, para dejar posteriormente paso al Imperio Británico.

Siguiendo la costa meridional, siempre a orillas del Océano Indico, y por vistosas carreteras repletas de coloridos tuk tuk, triciclos motorizados, mi viaje me llevó hasta la costa agreste del Parque Nacional de Yala, refugio de elefantes y leopardos, entre otras muchas especies.

Entre la selva y el Indico se encuentra Wild Coast Tented Lodge  con sus tiendas Cocoon, el original y espectacular alojamiento en el que iba a disfrutar durante las próximas noches. En el parque Nacional de Yala  disfruté de safaris cada amanecer y atardecer, durante los cuales fue fácil encontrar leopardos, elefantes, osos perezosos, fotografiar manadas de ciervos moteados o gran diversidad de aves y algún cocodrilo de agua salada.

Una de las mejores maneras de entender y saborear la gastronomía de Sri Lanka, es compartiendo una clase de cocina con el chef de Wild Coast Tented Lodge y así descubrir realmente el sabor de las especias. Por un momento llegué a pensar que sus platos quieren alejarse de la India y, sigilosamente acercarse a Tailandia, seguramente por el uso de la leche de coco, especialmente en los curris.

Nada más colorido que cocinar rodeado de todo tipo de semillas y especias como cilantro, granos de pimienta negra, chiles verdes y rojos, por el comino y el clavo, por la cálida y floral canela de Ceilán, por la terapéutica cúrcuma y por el aroma intenso del cardamomo.

Un país, una cocina, en la que sus sabores mezclan influencias musulmanas, portuguesas, holandesas y británicas.

Dirigiéndome hacia el centro de la isla por carretera pude ir descubriendo un paisaje cambiante, unas aldeas y unas vestimentas diferentes, prueba de que me encuentraba en una isla en la que budistas, hinduistas, musulmanes y cristianos conviven en armonía desde hace siglos, siempre dispuestos a hacernos sentir bienvenido.

Ella, Haputale, Nuwara Eliya son lugares que quizá merecen una visita más pausada, pero mi deseo por llegar a Ceylon Tea Trails, en el centro de la región donde se cultiva el té de Ceylán, en las tierras altas, me hizo postergarla para otra ocasión. Si nuestro tiempo es limitado y nuestras ganas por llegar son muchas, la comodidad de un panorámico vuelo en helicóptero, o en hidroavión amerizando en las aguas del Lago Castlereagh, es sin duda recomendable.

A orillas del lago se encuentran cinco auténticos bungalows de plantadores de té: Norwood, Summerville, Dunkeld, Castlereagh y Tientsin. Pasear entre las plantaciones, interactuar con las recolectoras de té, siempre dispuestas a enseñarte, o visitar una tradicional Tea Factory, donde el proceso de elaboración del té poco ha cambiado en los últimos cien años, realmente me han hecho experimentar las sensaciones que me llevan a seguir viajando.

Caminando entre plantaciones de regreso a mi bungalow en los Tea Trails, tras visitar la veterana Factoría de Té Dunkeld Estate, me preguntaba cuántas generaciones, principalmente de mujeres, llevaban recolectando a mano aquellas hojas de té, de la misma forma y con el mismo sacrificio que sus madres y abuelas.

Los viajeros occidentales en busca de belleza y del descubrimiento de otras formas de espiritualidad encontramos nuestro refugio en Santani Wellness Resort & Spa. Su remoto emplazamiento hizo que dejase mi estrés en la puerta, y me adentrase en un lugar de descanso y relax. Enseguida pude sentir como mi mente se liberaba y como en la tranquilidad de mi habitación, la distinción entre el interior y el exterior se desdibujaba gracias al paisaje inspirador que me rodeaba. Lo cierto es que no me sorprendió averiguar que Santani significa “en armonía con”. Además de enseñarme a mejorar mi nutrición, a practicar yoga o a relajarme en su Spa, me enseñaron a llevar una vida más sana una vez de regreso a mi vida real.

Sin duda, en este viaje he podido descubrir una versión inesperada y muy hermosa de este encantador país. Volveré muy pronto para explorar sus maravillosos templos del norte, parques nacionales y la fauna marina.