Cielo de un azul radiante, buganvillas pomposas que saltan a la vista, abruptas costas donde el paso del tiempo ha dejado su visible huella, pescado fresco a la brasa, aguas frías que te revitalizan, gente que te sonríe por la calle siempre dispuesta a ayudar, azulejos con carácter, paredes que hablan, playas que enamoran… Hablamos del Algarve.
¡Bendito Algarve! Y es que me sentó como agua de mayo… Una escapada de tan sólo 4 días que me llevó a conocer y a sentir el mejor Algarve que jamás hubiera podido imaginar.
Nada más llegar a Faro ya se respira un aire totalmente relajado, con sus calles empedradas, toldos que protegen del sol abrasador, terracitas que invitan a sentarse… Tanto invitan que te acabas sentando, y pides cualquier cosa para que calme tu sed, y con eso una ración de olivas partidas perfectamente aliñadas que abren el apetito…
Tras un agradable paseo en barca llegamos a Ilha Desherta, una isla que forma parte del Parque Nacional de la Ría Formosa, un banco de arena de 7 km de largo en el que tan sólo hay un restaurante y algunas casetas con encanto.
Al ser un espacio natural y estar libre de urbanizaciones y hoteles, la tranquilidad y el relax son indiscutibles. Llama la atención la paz que se respira, a tan sólo 30 minutos en barco desde Faro, un paraíso salvaje en el que quedé totalmente maravillada.
Otra de las zonas que me impresionó son las playas y cuevas de Benagil. Se trata de un tramo de costa que, por su morfología, da lugar a grutas, grandes y pequeñas, algunas donde la marea no llega hasta el final y crea una pequeña y acogedora playa.
Especial mención merece la cueva más famosa: L’Algar, que da nombre al Algarve con su gran agujero central.
Mi experiencia en Algarve tuvo el mejor aliado, un hotel con muchísimo encanto y lleno de pequeños detalles. Es más bien una farm house, de ahí su nombre de Vila Monte Farm House, con huerto propio y productos ecológicos.
De estilo mediterráneo, colores suaves y un buen gusto que desborda en cada rincón, es un lugar donde uno puede experimentar la slow life que tanto nos gusta.
Cabe mencionar su restaurante A Terra, de ambiente relajado y con un staff tranquilo y sonriente, donde no pude dejar de probar su especialidad: pescado al horno de leña. ¡Para chuparse los dedos!
Paseos a caballo en la sierra, rutas en bicicleta, salidas en barco al atardecer, picnic en rincones secretos son sólo alguna de las experiencias que se pueden disfrutar; yo opté por subirme a sus bicicletas vintage y disfrutar del entorno.
La costa rocosa del Algarve es digna de ver, allí se percibe cómo a base de miles y miles de años, el océano ha ido esculpiendo las rocas, creando los acantilados y verdaderas obras de arte en piedra.
Podría decirse que el Algarve es como una mezcla de las Baleares y las islas griegas, con rasgos reminiscentes de Al-Ándalus. ¡Sin duda uno de esos destinos al que todos soñamos escaparnos cuando llega el calor estival!